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miércoles, 17 de septiembre de 2008

Y AHORA ¿QUIÉN PODRÁ DEFENDERNOS?

Y AHORA ¿QUIÉN PODRÁ DEFENDERNOS?

Luis Paulino Vargas Solís

Literalmente se cae a pedazos. Me refiero al régimen de los Arias que, a fin de cuentas, resultó mucho menos sólido de lo que temíamos. Pero, la verdad, poco sólida resultó también aquella que en su momento se me ocurrió llamar dictadura neoliberal. Visto en perspectiva, el concepto tenía sentido ya que designaba una realidad de control férreo del poder en todas sus dimensiones: políticas, económicas y mediáticas. Con una diferencia respecto de lo que históricamente han sido las dictaduras: en su caso, ese poder concentrado y avasallante se ejercía por vías relativamente suaves. De ahí el apellido neoliberal, por referencia tanto a su ideología como a su característico refinamiento tecnocrático.

1) La coalición oligárquica-neoliberal

Valga enfatizar que ésta ha sido una dictadura neoliberal, no una dictadura de los Arias. Esto último, en particular, es lo que ahora se pone en evidencia con total crudeza. Siempre sostuve que Oscar Arias tan solo era el personaje que creyeron más conveniente en el contexto de una particular coyuntura. Prescindirán de él –propuse entonces- en cuanto ya no les sirva, tal cual lo hicieron con Rodríguez, Calderón o Pacheco. Justo eso es lo que estamos viendo ahora, cuando los Arias van camino del basurero de la historia, lanzados ahí por los mismos sectores oligárquicos que hace pocos años los encumbraron.

Esa dictadura neoliberal ha sido, a fin de cuentas, el producto de un trabajo complejo, realizado con paciente laboriosidad durante los años posteriores a las jornadas ciudadanas del Combo ICE. La derrota entonces infringida a la oligarquía fue cosa que ésta no echó en saco roto. En cuanto que grupo social dominante, supieron aprender de sus propios errores. Así, el período posterior al Combo ICE, hasta culminar con la aprobación fraudulenta del TLC en octubre de 2007, fue tiempo de construcción y consolidación de alianzas entre distintas fracciones oligárquicas.

Dos hitos principales jalonaron el proceso: la reinstauración espuria de la reelección presidencial y la puesta a punto del TLC con Estados Unidos. Lo primero tenía por objetivo contar con un liderazgo que, se suponía, arrastraría tras de sí a las masas, embrujadas de forma irremediable por el sex-appeal del Nobel. Resuelto lo anterior, se impondría sin dilación el TLC y, con este, se romperían todos los diques que habían limitado o contenido el avance del proyecto neoliberal. Éste se radicalizaría hasta sus últimas consecuencias. Las oligarquías criollas, devenidas socios menores (o, acaso, simples capataces) de las transnacionales, verían entonces realizarse el negocio de sus vidas.

La fórmula binaria Arias-TLC actúo como poderoso imán que aglutinó todas las fracciones de la oligarquía hasta difuminar los matices. Se construyó así una formidable coalición en la que se conjuntó el poder económico concentrado (incluyendo las transnacionales), el poder mediático y, por supuesto, el poder político, incluyendo la institucionalidad pública -bajo comando de los Arias- como también la embajada de los Estados Unidos.

2) Se desmorona la coalición

Intereses económicos de inmenso calado sostuvieron el edificio. Pero en la evolución posterior de las cosas, esos mismos intereses económicos han devenido dinamita pura. El aparato monstruoso de la poderosa coalición oligárquica-neoliberal -que impuso la reelección, subordinó la institucionalidad y forzó la aprobación del TLC- está siendo demolido de forma estruendosa.

Lo visible e inmediato es el soberano pleito entre La Nación y los Arias. Pero esto ha traído replicas que han sacudido a la Sala IV y la ha obligado a medio despertarse del sopor hipnótico en que la tenían los Arias, mientras que, en el ámbito legislativo, el G-39 es barquillo a punto de sucumbir en medio de la tempestad. Con un agravante: la economía va camino del despeñadero, sin que el gobierno ni siquiera dé señales de percibir la gravedad de la situación. Esto último hará -ya empezó a hacerlo- que el poder económico se soliviante. Por su parte, el creciente descontento popular agrega presión adicional a la caldera. Es esencial lograr que ese malestar se canalice de forma orgánica y lúcida, y no como espontáneos y aislados estallidos de protesta. Lograr tal cosa depende, crucialmente, del trabajo que se realice desde el movimiento ciudadano organizado.

Para la oligarquía neoliberal todo esto es simplemente desolador. Y, sin duda, descorazonador ha de resultarles constatar la chambonada infinita con que se maneja el gobierno del Nobel. La cosa de la corrupción, no obstante las dimensiones ofensivas que alcanza, no es el punto principal, ya que esta oligarquía no es, en absoluto, un dechado de rectitud y frugalidad. Sobre todo ha de preocuparles la torpeza, la ineptitud y descuido que se han puesto en evidencia.

Lo peor es que esto acontece nada menos que en el gobierno del “capitán”. Tengamos claro que esta expresión era mucho más que un recurso propagandístico. Sin duda, eligieron a Arias muy persuadidos de que lograría liderar el proceso de relanzamiento del proyecto neoliberal, mientras subyugaba con su encantado aristocrático a las masas. Evidentemente el TLC trae consigo las tan ansiadas nuevas “oportunidades de negocios”, pero ya vemos que la cosa era mucho más compleja. Empezando porque lograr un buen reparto de los confites es cosa que podría resultar –como en efecto ha sucedido- muy conflictiva. Pero además era necesario manejar con cierta eficacia los asuntos públicos y gestionar la economía con un mínimo de destreza. En cada uno de estos aspectos el desempeño de este gobierno raya en lo catastrófico. Y ello no sería tan grave de no ser por el escepticismo popular y, sobre todo, la capacidad de respuesta del movimiento ciudadano organizado que emergió de la lucha contra el TLC.

3) Perspectivas, posibilidades y esperanzas

La oligarquía se debate hoy en un conflicto interno de grandes proporciones. Con el tiempo seguramente buscarán alguna fórmula de transacción que les permita limar asperezas ya que, sin duda, no querrán perder la posición dominante que ejercen ni los negocios que el TLC les promete. Nada de lo anterior les resultará cosa fácil. Son procesos de negociación y reconstrucción de alianzas que resultan inevitablemente complejos. Con una agravante: no tienen una sola figura de peso que pueda liderar la laboriosa tarea de limpieza y sutura de las heridas. La última figura que les quedaba era Arias y ha resultado un fiasco total. Ante esto, la oligarquía, como uno de aquellos personajes de la vieja y conocida serie televisiva mexicana, seguramente clamará: “Y ahora, ¿quién podrá defendernos?”

Y es que, a diferencia de nuestro movimiento ciudadano progresista, la oligarquía costarricense si requiere de líderes fuertes porque es un grupo social cuya cultura política es palaciega, jerárquica, aristocrática. Todo lo contario, nuestro movimiento social ha desarrollado una cultura democrática, participativa, horizontal. En nuestro caso los liderazgos ejercen un papel secundario y, en realidad, surge de forma derivada a partir de la dinámica misma del movimiento. Esto tan esencial es algo que aún no comprenden las dirigencias de viejo cuño que forman parte de este movimiento. Pero el caso es que este es otro punto débil en el proyecto oligárquico, con consecuencias en el mediano y largo plazo.

Las condiciones son propicias para los movimientos ciudadanos progresistas de Costa Rica. Este podría ser el momento para emerger al primer plano como una propuesta de cambio en profundidad. Un cambio de raíces auténticamente populares y de vocación verdaderamente patriótica y democrática. Pero tengamos claro que este proyecto ciudadano alternativo exige mucho trabajo; mucho diálogo y respeto; muchísima generosidad y desprendimiento. También debemos echar mano de toda esa capacidad creativa, de imaginación y propuesta que se puso en evidencia durante la lucha contra el TLC, la cual ahora debe reorientarse hacia la derrota de la oligarquía y, más importante aún, la construcción de un nuevo proyecto de país.

No perdamos, por favor, esta oportunidad que se nos abre. Y, en particular, no permitamos que la ambición y la mezquindad de unos pocos nos arrebaten esa posibilidad.

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